El Santo del día
10 de mayo
San Juan de Ávila

Oración a San Juan de Ávila
San Juan de Ávila, santo y maestro de la Iglesia, te pido que intercedas ante Dios por mis intenciones y necesidades. Tú, que fuiste un gran predicador y formador de sacerdotes, ayúdame a crecer en mi fe y a vivir con autenticidad el Evangelio. Enséñame, San Juan de Ávila, a amar a Dios sobre todas las cosas y a amar a mi prójimo como a mí mismo. Con tu ejemplo de humildad y entrega, guíame por el camino de la santidad y ayúdame a renunciar al pecado. San Juan de Ávila, te ruego que intercedas por la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes y por todos los fieles. Que la Iglesia sea un signo de unidad y de amor en el mundo, y que todos los bautizados vivamos nuestra vocación con alegría y fidelidad. Te pido también, San Juan de Ávila, por aquellos que están lejos de Dios y de la fe, para que puedan encontrar el camino de regreso a casa. Ayúdalos a descubrir el amor infinito de Dios y la verdad del Evangelio. San Juan de Ávila, te confío mis preocupaciones y dificultades, mis alegrías y triunfos. Sé mi guía y mi compañero en esta vida, y llévame hacia la eternidad junto a Dios. Amén.
Se aprestaba a subir al púlpito y los habitantes de Écija esperaban ansiosos su sermón, porque a pesar de su juventud Juan de Ávila ya era el predicador más afamado de España, pues sus palabras calaban hasta la médula y producían un efecto tan determinante que tras sus intervenciones, la cascada de conversiones era inatajable y el grupo de confesores que lo acompañaban se veía a gatas para atender a los penitentes. En ese momento ingresó pomposamente el Comisario de Bulas (clérigo que se encargaba de promulgar los documentos pontificios), lo apartó despectivamente, subió al estrado y comenzó a pronunciar un discurso rebuscado. Entonces Juan de Ávila salió sigilosamente, toda la concurrencia se fue tras él y en una explanada cercana lo obligó a predicar.
El presuntuoso que se había quedado hablando solo, se dirigió al lugar y cuando terminó el “Maestro Juan”, se abalanzó sobre él, lo abofeteó y el santo le pidió humildemente que le golpeara la otra mejilla –pues según él– se lo merecía y el iracundo agresor le dio gusto. A los pocos días el rencoroso fanfarrón, confabulado con algunos curas envidiosos, lo denunció ante la Inquisición con el argumento de que Juan de Ávila, además de ser descendiente de judíos, tergiversaba las Sagradas Escrituras y por eso le abrieron un proceso y lo encarcelaron en 1531.
Juan de Ávila (nacido el 6 de enero de 1500, en Almodóvar del Campo, España), pertenecía a una familia acomodada de la que recibió una sólida formación humanística que le facilitó la entrada a la Universidad de Salamanca en donde estudió leyes, pero al cabo de cuatro años descubrió que su vocación religiosa era más fuerte que su amor por la jurisprudencia y abandonó intempestivamente la carrera, volvió a Almodóvar del Campo, se recluyó en su casa y se refugió en la oración, la penitencia y en un profundo silencio del que salió en 1520, hacia Alcalá de Henares, en donde adelantó su formación filosófica, teológica, se especializó en Sagradas Escrituras y tras ser ordenado sacerdote en 1526, retornó a su tierra natal, distribuyó entre los pobres la cuantiosa herencia que sus padres recientemente fallecidos le habían legado y se dispuso a viajar en calidad de misionero a México, con fray Julián Garcés, que acababa de ser nombrado como primer obispo de Tlaxcala, pero a punto de embarcarse, Alonso de Manrique, arzobispo de Sevilla, que ya conocía sus extraordinarias dotes de predicador, le ordenó que se quedara para evangelizar en toda la región de Andalucía, sobre cuyos habitantes todavía pesaba la influencia islámica acumulada a lo largo de ocho siglos de dominación árabe.
El maestro Juan de Ávila, en compañía del padre Fernando de Contreras, anduvo por Jerez de la Frontera, Palma del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera y más adelante conoció a Pedro Fernández de Córdoba, que desde ese momento fue su discípulo y compañero; con él, continuó su misión hasta que al llegar a Écija, sucedió el incidente que los envidiosos aprovecharon para acusarlo ante la Inquisición y de cuenta de ese proceso permaneció encarcelado dos años, tiempo que aprovechó para profundizar en el estudio de las Sagradas Escrituras y escribir su obra más célebre: Audi Filia (que traducido al español es “Oye hija” dedicado a doña Sancha Carrillo, de quien era su director espiritual), un verdadero tratado de espiritualidad y ascetismo, que se convirtió en uno de los libros más consultados por los místicos del siglo XVI y que fue determinante en las vidas de varios santos con los que tuvo relaciones de fraternidad y enseñanza: santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Francisco de Borja, san Pedro Alcántara, san Juan de Rivera, fray Luis de Granada y san Juan de Dios, que después de escuchar una predicación suya en Granada, salió gritando que era pecador y entonces Juan de Ávila lo tomó a su cargo y lo condujo por el camino de la santidad.
Tras ser declarado inocente, en 1533, Juan de Ávila redobló su celo y desplegó su verbo dulcemente convincente por las sierras de Córdoba, La Mancha y Extremadura; a la par, el maestro Juan de Ávila servía de escabel para que los llamados a la santidad ascendieran espiritualmente y producto de su orientación fue el crecimiento y fortalecimiento de la Compañía de Jesús, a la que, a pesar de la insistencia de san Ignacio, no quiso ingresar y prefirió mantener su autonomía de sacerdote diocesano. Además, ayudó a fundar la Universidad de Baeza, erigió varios seminarios y colegios y durante muchos años mantuvo inalterable el ritmo de su predicación, pero en 1554, su salud se resquebrajó y desde entonces se recluyó en Montilla, retiro desde el que siguió iluminando a la Iglesia con sus sermones y escritos hasta que murió, el 10 de mayo de 1569. Fue canonizado por el papa Pablo VI y declarado Doctor de la Iglesia, por el papa Benedicto XVI, en 2012. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan de Ávila, que la palabra de Dios, sea bálsamo para nuestras almas.