El Santo del día
18 de septiembre
San José de Cupertino

Oración a San José de Cupertino
San José de Cupertino, Hombre de humildad y amor por Dios, que experimentas la gracia divina en tu vida, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Ayúdanos a superar nuestras limitaciones y desafíos, inspíranos a confiar en la providencia divina. Que en cada dificultad encontramos la oportunidad de crecer, y en cada logro, reconozcamos el regalo de Dios. San José de Cupertino, patrón de los estudiantes y examinados, ayudanos en nuestros estudios y en todos los aspectos de la vida. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos glorificar a Dios en todas nuestras acciones.
Amén.
Los diez hombres que sudaban a mares en ese pegajoso verano jadeaban con la cruz a cuestas y por la estrechez del camino se estorbaban entre sí, avanzando a trompicones hacia la cima de la montaña en donde debían erigirla como atalaya de los cristianos de la región. Abajo, el padre José de Cupertino estaba postrado ante la imagen de la Santísima Virgen que presidía el patio y al levantar la vista por encima del muro del monasterio vio la lejana hilera de los exhaustos portadores que la llevaban en vilo y pidió a la Madre de Dios que les ayudara en su cometido. De pronto comenzó a levitar, sobrepasó el paredón y continuó volando hasta alcanzar la procesión que se detuvo estupefacta y sin tocar tierra tomó la pesada cruz sobre sus hombros, siguió planeando y al llegar a la cumbre descendió suavemente y la depositó en el hueco que ya estaba abierto.
José de Cupertino, nacido el 17 de junio de 1603, en un establo –de la localidad de Cupertino, Italia–, en el que tuvo que refugiarse su familia, porque su casa fue embargada, creció en medio de las más extremas carencias. Para colmo de males no tenía ninguna aptitud intelectual y peor aún, una escasa disposición para el trabajo que se hizo evidente cuando probó suerte como aprendiz de zapatería, de carpintería y en varios oficios más, de los que fue desechado por inepto y distraído; pero eso sí, poseía una incuestionable piedad y devoción, que lo llevaba a permanecer de rodillas durante horas frente a la Virgen y ante todas las imágenes de Jesús Crucificado del pueblo. Por eso, de acuerdo con su madre, decidió convertirse en religioso y para el efecto se presentó en el convento de los Franciscanos Menores Conventuales, pero al poco tiempo lo enviaron a casa porque se pasaba orando, se olvidaba de sus obligaciones o las ejecutaba tan torpemente, que siempre resultaban un fiasco. Luego José de Cupertino fue admitido por los capuchinos, que también lo despidieron antes de un año.
Pero no cejó en su empeño y con la ayuda de su tío que era fraile, fue recibido en el pequeño convento franciscano de Santa María de Grotella, en calidad de hermano lego y lo destinaron a trabajar en el establo en donde se sintió como pez en el agua; pronto se obró en él un cambio tan increíble que por votación unánime de todos los monjes fue admitido como novicio. A pesar de su evidente incapacidad para el estudio se esforzó de tal forma, que sus compañeros le ayudaron generosamente a saltar las talanqueras de los exigentes exámenes y gracias a su persistencia, por fin, el 18 de marzo de 1628, fue ordenado sacerdote.
Una vez ungido, se desbordó su santidad: sus éxtasis duraban horas y podían pincharlo y pasar las llamas de los cirios por sus manos, sin que manifestara ninguna reacción. Para encontrarlo había que mirar regularmente hacia arriba, porque siempre estaba levitando: en una oportunidad vio una imagen de la Virgen en la parte más alta de la entrada de un palacio, se remontó diez metros y permaneció orando una hora suspendido en el aire. Como además José de Cupertino curaba a los enfermos imponiéndoles la cruz o bendiciéndolos y por eso la gente lo seguía a todas partes, la Inquisición sospechó que era un farsante y le abrió un proceso pero tuvo que absolverlo al comprobar su santidad, la misma que corroboró el papa Urbano VIII, cuando en su presencia José de Cupertino se izó hasta un crucifijo que pendía en lo alto del salón en el que lo recibió el pontífice, rezó unos minutos y luego descendió como una pluma.
Dado que en todas partes alborotaba el avispero con sus milagros, sus superiores lo mantenían aislado y lo trasladaban de convento frecuentemente. Al final de sus días José de Cupertino, pudo tener un poco de paz en el monasterio de Ósimo, en donde beatíficamente murió el 18 de septiembre de 1663 y fue canonizado en 1767, por el papa Clemente XIII. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san José de Cupertino que nos enseñe a volar hacia Dios.