El Santo del día
1 de mayo
San Jeremías

Oración a San Jeremías
Oh, glorioso San Jeremías, profeta fiel y mensajero de la palabra de Dios, te invocamos en este momento de necesidad. Ayúdanos a perseverar en nuestra fe, a comprender la voluntad divina ya seguir siempre los caminos del Señor. Te pedimos que intercedamos por nosotros ante Dios Todopoderoso, para que nos conceda la fortaleza y el coraje necesario para superar las adversidades y alcanzar nuestras metas. Inspíranos con tu sabiduría divina, para que podamos discernir lo que es correcto y justo en cada situación. San Jeremías, te encomendamos nuestras preocupaciones y aflicciones, confiados en que tu poderosa intercesión nos ayudará a encontrar la paz y la esperanza que tanto necesitamos. Amén.
Cuando los caldeos se retiraron de Jerusalén, Jeremías, que pretendía retornar a su casa en Anatot, fue detenido; acusado de ser espía de los invasores que acababan de abandonar su país, lo confinaron en una mazmorra bajo tierra y lo dejaron abandonado, hasta que meses después, el rey Sedecías lo mandó a llevar a su presencia para conocer la palabra de Dios. El profeta macilento, le vaticinó que sería “entregado en manos del rey de Babilonia” y aunque el malvado monarca se molestó con él, ordenó que le dieran un mejor trato, pero sus enemigos volvieron a la carga y lo sumergieron en un pozo en el que el fango le llegaba al cuello. Ya a punto de morir Jeremías, Abdemelec, un eunuco etíope que estaba al servicio de Sedecías, lo salvó. Poco tiempo después, en el año 587, volvió Nabucodonosor, arrasó la Ciudad Santa, ejecutó a todos los nobles de Judá, deportó a los más pudientes y entre ellos se llevó encadenado a Sedecías, luego de sacarle los ojos. A los pobres los dejó en su tierra y Jeremías que fue invitado a ir con él, se quedó consolando a esos desamparados.
Jeremías (nacido en el 650 antes de Cristo), fue reclutado desde muy joven por Dios, como profeta, pues el pueblo estaba sumido en la inmoralidad, liderado por reyes que adoraban a otros dioses, no observaban la ley mosaica y por ser presa de los apetitos políticos de los babilonios y los egipcios, cambiaban de bando permanentemente y sin escrúpulos. En ese escenario, Jeremías se convirtió en la voz de Dios y de la conciencia de los israelitas y aunque los conminaba a volver al camino de la rectitud, nadie le paraba bolas, excepto el rey Josías, en cuyo reinado comenzó a predicar en el 627.
A pesar de que le reconocían su condición de vocero de Yahvé, los demás monarcas, con los que le tocó convivir, Joacaz, Jeconías, Sedecías y Joaquín (que quemó el primer libro del profeta, el mismo, que luego él, reescribió con la ayuda de su secretario Baruc), lo trataban como ave de mal agüero, porque Jeremías les pedía que dejaran su veleidad y se sometieran a Nabucodonosor, pues esa era la única forma –de acuerdo con la expresa voluntad del Señor–, en que se podría reunificar el reino de Israel, mantener su cohesión espiritual y recuperar el esplendor de los tiempos de David y Salomón.
Pero todos los esfuerzos del profeta Jeremías se iban por la borda y ello lo llenaba de amargura, hasta el punto de que cuestionaba a Dios por embarcarlo en esa aventura y dejarlo a merced de sus enemigos; de ese dolor y de la rebeldía de Israel, nació el conmovedor libro de las Lamentaciones. Algunos de los rebeldes –que lograron quedarse en Israel, después de la invasión– asesinaron al gobernador nombrado por Nabucodonosor y al saber que eran perseguidos por el ejército babilonio, huyeron a Egipto y se llevaron a la fuerza a Jeremías, que murió allí, tratando obstinadamente de mantener a los exiliados en la fe y alimentándoles su esperanza de volver a la tierra prometida. Por eso hoy, 1° de mayo día de su festividad, pidámosle a san Jeremías, que nos transmita su valentía, para perseverar en nuestra fidelidad a Dios, aunque seamos incomprendidos.