El Santo del día
15 de noviembre
San Alberto Magno

Oración a San Alberto Magno
Oh San Alberto Magno, sabio y santo, te invocamos con humildes corazones, reconociendo tu profunda sabiduría y santidad. Tú, que dedicaste tu vida al estudio y la enseñanza, ayúdanos a buscar la verdad y el conocimiento con humildad y devoción. San Alberto, patrón de los científicos y filósofos, intercede por todos los que buscan entender el mundo que Dios ha creado. Inspíranos a utilizar la ciencia y la razón para el bien de la humanidad y para la gloria de Dios. San Alberto Magno, cuya fe y amor por Dios eran tan profundos como tu intelecto, enséñanos a unir la sabiduría con la fe ya vivir vidas de integridad y virtud. Ayúdanos a reconocer la presencia de Dios en todas las cosas. San Alberto, te encomendamos nuestras preocupaciones y necesidades [mencionar aquí tus peticiones]. Ruega por nosotros y ayúdanos a crecer en sabiduría y santidad, siguiendo el ejemplo que dejaste ante nosotros.
Amén.
Aunque ya había anochecido no se daba por vencido. Prendió varias velas, continuó estudiando como lo estaba haciendo desde la mañana y a pesar de que no entendía nada de lo que leía y anotaba, fiel a su persistencia, Alberto de Bollstädt redobló sus esfuerzos hasta que comenzó a vencerlo el sueño e impotente y avergonzado de su incapacidad decidió fugarse del colegio, tomó una capa, se la echó sobre los hombros, con dificultad se trepó a la alta claraboya y trató de escabullirse por el techo (pues por su calidad de interno, no podría salir por la puerta sin que el portero lo detuviera y lo llevara ante el rector, que con seguridad lo expondría al escarnio de sus compañeros), mas cuando ya tenía medio cuerpo sobre el tejado, una luz incandescente lo cegó.
Visiblemente asustado intentó devolverse pero pudo más su curiosidad: se quedó aferrado al ventanuco y cuando por fin sus ojos se acostumbraron a la intensidad del resplandor distinguió a la Santísima Virgen, que le sonreía dulcemente y con voz melodiosa le dijo: “Alberto ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy ‘Causa de la Sabiduría’? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa. Y para que sepas que sí fui yo quien te la concedió, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías”. Una vez dicho esto, la Madre de Dios desapareció. Alberto de Bollstädt descendió a su celda, se puso de rodillas y la luz del sol lo sorprendió orando. Y como nunca más olvidó detalle alguno de lo que leía o estudiaba, se convirtió en el hombre más erudito de la edad media y el único con el título de Doctor Universal.
Alberto de Bollstädt (nacido en Lawingen, Alemania, a principios del siglo XIII), se destacó desde muy pequeño por su preclara inteligencia y sus acaudalados padres, para estimular su intelecto, le proporcionaron una exigente formación básica, (en esa época fue cuando se le apareció la Santísima Virgen) y al cumplir 16 años, lo enviaron a Bolonia, en donde estudió leyes pero no se graduó porque su curiosidad lo condujo hacia las “Artes Liberales” (aritmética, geometría, astronomía, ciencias naturales, gramática, literatura, retórica, dialéctica, geografía, alquimia, música) y para encontrarse con ellas, ingresó a la Universidad de Padua, considerada la mejor de Italia en esta modalidad y como si fuera una esponja absorbió todo ese conocimiento sin mucho esfuerzo, pero en toda esa erudición faltaba Dios y al fin lo halló en los profundos sermones del beato Jordán de Sajonia, sucesor de santo Domingo de Guzmán, como superior general de la Orden de los Predicadores y en la austera vida de meditación, oración y ayuno de los dominicos. Entonces –a pesar de la férrea oposición de su padre–, se unió a esta congregación en 1223 y después de adelantar su noviciado y la preparación básica de filosofía y teología, recibir la ordenación sacerdotal y ejercer la docencia en Colonia, Friburgo y Estrasburgo, Alberto de Bollstädt fue enviado a la Universidad de París, en la que obtuvo su doctorado en teología y dictando clases en la Sorbona, tuvo entre sus alumnos al portentoso santo Tomás de Aquino, a quien, en 1248, –cuando lo nombraron rector de “Studia Generalia”, la reputada universidad dominica de Colonia–, llevó consigo, en calidad de profesor asociado.
En esa época, Alberto (al que dentro de la Orden y en los círculos universitarios, ya apodaban “El Magno”, por la vastedad de su ilustración), reescribió la filosofía de Aristóteles y la reconcilió con las doctrinas cristianas, sentando así las bases del sistema escolástico que después desarrolló y perfeccionó santo Tomás de Aquino. A la par, Alberto Magno delimitó los contenidos de la teología y la filosofía (ciencia que en ese período abarcaba a la ética, la metafísica, las ciencias naturales, la retórica y hasta las matemáticas) e hizo de ellas dos sistemas de pensamiento independiente, pero interactivo y Alberto Magno combinó estos estudios con textos teológicos sobre los salmos, los profetas, los evangelios, el Apocalipsis, una inigualable Suma Teológica y un completo análisis de las Sentencias de Pedro Lombardo, que era lectura obligada de los estudiantes de teología; realizó escritos y experimentos sobre física, geografía, biología, fisiología, astronomía, mineralogía, alquimia, botánica, matemáticas, medicina y a todas estas ciencias, les hizo trascendentales aportes: demostró la influencia de las latitudes sobre el clima, comprobó la redondez de la tierra y cartografió las cadenas montañosas de Europa, entre otros.
Todo ese saber lo compendió san Alberto Magno, en 38 gruesos volúmenes (algunos de ellos subdivididos en varios tomos), obra que –de acuerdo con los cálculos de los especialistas del Instituto Albertino de Bonn– para ser examinada, interpretada y publicada en su totalidad con sus respectivas observaciones críticas, exigiría ciento cincuenta años de trabajo ininterrumpido. A pesar de que esta ingente actividad intelectual le copaba buena parte de su tiempo, ejercía la docencia, practicaba una vida austera, de oración, ayuno y meditación y atendía a quienes buscaban su consejo o mediación en algún conflicto.
Fue asesor teológico del papa Alejandro IV; predicador y superior de los dominicos de Alemania; obispo de Ratisbona, durante dos años y defendió con inobjetables argumentos a santo Tomás de Aquino, cuyas tesis fueron atacadas por el obispo de París, Esteban Tempier y varios de sus partidarios. En 1274, Alberto Magno, por orden del papa Gregorio X, cumplió un papel destacado en el II Concilio de Lyon y de regreso continuó ejerciendo la docencia en Colonia, hasta que –tal como se lo había vaticinado la Santísima Virgen–, se le olvidó todo lo que había aprendido y el 15 de noviembre de 1280, murió en la paz del señor. Fue canonizado y proclamado Doctor de la Iglesia en 1931, por el papa Pío XI. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Alberto Magno, que nos dé sabiduría para entender la ciencia a la luz de la fe.