El Santo del día
12 de octubre
Nuestra Señora de Aparecida

Oración a Nuestra Señora de Aparecida
Oh Santa María Soledad Torres, Tú que viviste una vida de servicio y amor, Intercede por nosotros ante el Señor, Líbranos de todo mal y dolor. Tú que supiste escuchar el llamado divino, Y con valentía seguiste el camino, Danos fuerza y fe en nuestro destino, Para seguir tus pasos con fervor genuino. Santa María Soledad, madre compasiva, Escucha nuestras súplicas, oh guía intuitiva, En nuestras luchas y en la vida activa, Danos tu bendición y luz divina. Ruega por nosotros, santa de corazón puro, Para que en nuestro camino, estemos seguros, Con tu ejemplo y amor, siempre maduro, Te pedimos, Santa María Soledad, te lo conjuro.
Amén.
Quedaban pocas horas de luz y los tres pescadores Joao Alves, Felipe Pedrozo y Domingo García, que habían salido temprano de Guaratinguetá, adonde debían regresar con la suficiente provisión para agasajar al gobernador de Sao Paulo y Minas Gerais, Don Pedro de Almeida, que pernoctaría en el pueblo esa noche del 12 de octubre de 1717, continuaban remando en el río Paraíba y aunque durante todo el día habían lanzado infructuosamente sus redes, siguieron bogando y al llegar a Porto Itaguacú, ya con la noche en ciernes, lanzaron una vez más sus aparejos y al recobrarlos, descubrieron en ellos una pequeña imagen decapitada que por sus atavíos recordaba a la Virgen; entonces arrojaron de nuevo la malla y al sacarla hallaron en su fondo la cabeza que encajó perfectamente con el resto de la figura y pudieron comprobar que se trataba de Nuestra Señora de la Concepción. La colocaron con delicadeza en un lugar seguro de la barca y volvieron a probar suerte con sus atarrayas, las mismas que al cabo de algunos minutos estaban tan henchidas de peces que no pudieron subirlas a bordo y tuvieron que remolcarlas hasta la orilla. De esta imagen (moldeada en terracota por un monje paulista llamado fray Agostino de Jesús, en 1650 y era muy popular antes de que desapareciera misteriosamente), no se tenía noticias desde hacía muchos años.
Una vez rescatada de las aguas, el pescador Felipe Pedrozo se llevó a Nuestra Señora de Aparecida –nombre con el que se le conoce desde entonces–, para su pequeña casa, que pronto se convirtió en una ermita a la que acudían peregrinos de todas partes. Quince años más tarde, la trasladaron a una capilla privada que tampoco dio abasto para atender a los romeros y por eso en 1745, la entronizaron en un nuevo templo, pero con el correr de los años la afluencia de devotos del mundo entero, rebasó todos los cálculos, por lo que en 1834 se comenzó en el cerro de Dos Coqueiros, la construcción de una iglesia más amplia que fue inaugurada en 1888 y veinte años después, en 1908, la Santa Sede la elevó a la categoría de basílica menor.
En 1930, cuando a Nuestra Señora de la Concepción de Aparecida la proclamaron santa patrona de Brasil, ya existía alrededor del santuario un municipio con el mismo nombre de la advocación, cuya infraestructura tuvo que adecuarse al mismo ritmo de la creciente oleada de visitantes, lo cual exigió a su vez la planeación de otro recinto más grande, que concibió y edificó el arquitecto brasileño Benedito Calixto, en forma de cruz griega con 173 metros de largo por 168 de ancho, con naves de 40 metros de anchura, una cúpula de 78 metros de elevación, una torre de cien metros de altura y con capacidad para acomodar a 45 mil personas. Con sus 18 mil metros cuadrados de construcción cubierta, es, tras la Basílica de San Pedro, la segunda en tamaño en el mundo y fue consagrada oficialmente en 1980 por el papa san Juan Pablo II. Pero si este santuario es colosal, es más formidable la benevolencia de Nuestra Señora de Aparecida, porque los millones de devotos que acuden a su altar anualmente –y con mayor razón el 12 de octubre día de su festividad– siempre regresan a casa en paz y con el corazón lleno de su amor.