Día primero
MARÍA,
Profecía, anuncio y cumplimiento
de las promesas del Antiguo testamento.
Para encontrar la amable figura de la Virgen María, vamos a los albores de la humanidad, a la creación misma narrada con poesía y belleza sinigual por el libro del Génesis. Allí, en medio de la creación recién salida de las manos de Dios, encontramos la figura de Eva, Madre de todos los vivientes, que es anuncio profético de otra Madre, La Santísima Virgen María, que es llamada madre de la Nueva Creación. La maravilla de esta figura está en la gracia de Dios que crea al hombre y le da una compañera para que esté a su lado, para que comparta con él las luchas de cada día, para que disfrute el esplendor de la creación. “No es bueno que el hombre este solo”. Gen 2,18.
María, la madre de la Vida nueva que es Cristo se encuentra prefigurada en esta remota figura que aparece en los albores del Antiguo Testamento. Por eso, María es, con razón, llamada nueva Eva, porque, escogida por Dios, llamada a la vida verdadera, Santa e Inmaculada, preservada de la acción del pecado, no solo destruye la serpiente, sino que, para resarcir la culpa de la humanidad que buscó en el árbol del bien y del mal una ilusoria sabiduría, se acerca al árbol de la Vida, la Cruz gloriosa del Señor, para señalarnos la fuente de la salvación, el costado de Cristo, abierta para todos los hombres.
Junto a la Cruz del Salvador, cerca del nuevo árbol de la vida, la Madre engendra la esperanza, nos acoge como hijos, nos devuelve la vida y nos enseña a buscar en el madero de la Cruz el fruto nuevo, Cristo, Señor de la Vida.
Día segundo
María en la voz de los Profetas.
Los Profetas, iluminados por Dios, miran hacia el futuro y nos descubren los signos de la misericordia de Dios en los signos de los tiempos.
La obra de Dios se va realizando a través del servicio de los hombres. Unos de ellos han sido llamados a denunciar con valor los errores de Israel. Pero también manifiestan la cercanía de Dios, la presencia del Mesías aguardado por los siglos.
No puede faltar en esa visión la presencia de María, Madre de los que esperan. Elías, en la cima del Carmelo vislumbra a María como la nubecilla que anuncia la lluvia deliciosa que redimirá la sequía del desierto (I Reyes, 18, 44).
Oh gozosa visión en la que el Carmelo, monte lleno de gloria, canto a la majestad de Dios, es la tribuna desde la que se ve llegar la maternal sombra, la Madre que ha de ser dulce presagio de paz y de consuelo para una humanidad que, como la nuestra, se aflige en la desesperanza.
Isaías, el gran profeta del Mesías nos la presenta ofreciéndonos al Salvador en la tierna figura de la Madre Virgen, ” Mirad, la virgen esta encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emanuel ” Is. 7,14.
El esperado de las Naciones en los brazos de una doncella nazarena es el mejor signo del amor de Dios. Ella lo acuna con amor, ella lo ofrece ante el mundo con la certeza de que ese niño sabrá llenar de vida y de fe, de alegría y de esperanza la oscuridad de los hombres y que ella es la Madre del Príncipe de la Paz, del consejero admirable, del Rey poderoso, del Señor de la bondad. Hoy nosotros reconocemos esa presencia de la Madre en nuestras propias vidas.
Día tercero
Una visión profética que se prolonga en los Salmos.
También los salmos, tesoro de la experiencia de la fe del pueblo elegido, nos presentan la figura de María en ese tono profético que nos llena de esperanza y de paz.
“Escucha, Hija, mira, prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él que es tu Señor” Sal 45.11. Llamada de entre todas las criaturas, la Madre del señor resplandece por su belleza espiritual, su dulzura es mirra deliciosa que embriaga el corazón de los hombres, invitándolos a renovar su existencia y a reproducir el modelo de excelencia que representa para nosotros la Hija de Sion.
Dios mismo va formando esta criatura extraordinaria, preparando el nacimiento del Mesías. La Madre del Salvador es elegida y marcada con el sello del amor de Dios, haciendo de su existencia un dechado de virtudes, de valores, de dignidad, de fortaleza, de amor que se comunica con maternal dulzura a todos los hombres.
Pero se canta también a la humildad de María. Ella se sabe heredera de una especial muestra de la gracia divina pero es consciente de su pequeñez, no quiere aparecer en medio de los hombres con galas meramente externas, es toda simplicidad y generosa disponibilidad al amor de Dios: “Mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros no pretendo grandezas que superen mi capacidad” (Sal 130) Ella, la predilecta, la extraordinaria, la obra maestra de la Creación, nos enseña a aguardar en silencio orante las gracias del Señor: “acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre“. (Sal 130). Dios que la creó, el mismo la santifica y la exalta para hacer de ella una señal inequívoca de paz y de vida para los hombres
Día cuarto
Madre de la Luz
María es para nosotros cual lámpara preciosa que Dios modeló amorosamente para que en ella brillara el esperado de las naciones, Luz que ilumina a Israel, Dios de Dios, Luz de Luz, que llena de paz la tiniebla del hombre. “El pueblo que camina en tinieblas ve una luz grande” Is 9, 1. Es una luz que es capaz de disipar la oscuridad que nos impide descubrir el rostro amoroso de Dios, su mirada paternal, su consolación y su ternura.
Dios nos ha amado siempre y su amor inefable nos ha sido manifestado en la obra maravillosa de la creación, en cada una de las criaturas que expresan la grandeza de su creador. Dios nos ha amado cuando a pesar de la infidelidad del hombre. Quiere acercarse a nosotros para perdonar, para abrir las puertas que el pecado había cerrado.
Dios nos ama tanto que nos entrega en la persona adorable de su Hijo, Jesucristo, la expresión plena y definitiva de su amor.
María, Madre del Señor, nos ofrece la luz. María, Hija del Padre nos enseña a responder afirmativamente a la vocación de hijos que todos tenemos, al amor infinito del Padre que nos llama a todos a la santidad, a la perfección, a la plenitud, a reproducir en nuestras vidas la imagen de Dios que hemos conocido en la persona adorable del Hijo.
Ella es la Madre de la Luz, Hija amada del Padre, ella, la que Dios escoge, prepara, señala, preserva del pecado, llena de gracias y virtudes, hace disponible a la palabra y generosa en el responder a la misión que le encomienda el Señor.
Día quinto
Hija de Israel y Madre de la esperanza.
El Pueblo elegido por Dios tiene su origen en la misma creación del hombre. Dios ama a todos con tal predilección que crea al ser humano a su imagen y semejanza, dotándolo de inteligencia y libertad, de voluntad y de capacidad de responder a la trascendencia de la llamada a la vida y a la fe.
Nuestra Señora, se inserta desde el mismo momento de la creación en la historia de la salvación. Ha sido preanunciada en Eva, Madre de los mortales, ha sido profetizada como la Mujer que aplastará la cabeza de la serpiente (Cfr. Gen. 3,15). Ella es como la paloma del Diluvio que, trayendo la rama de olivo, anuncia la llegada del reino de la paz. (Cfr. Gen. 8,11)
Es el arco iris de purísima belleza que hace sentir a los desterrados hijos de Eva que ha llegado la alianza de un Dios rico en Misericordia en la persona adorable del Mesías (Cfr. Gen 9,13)
Cuántas veces los hombres hemos vuelto nuestra mirada hacia tu rostro sereno. Enséñanos, Madre, a ser fieles a nuestra dignidad de Hijos de Dios. Enséñanos, Madre, a decir con la Iglesia, con los hombres y mujeres de todos los siglos, la confiada súplica del Salmista:
“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré?, El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? 26,1.” Y escucharemos de tus labios dulcísimos, extasiados en tu mirada que de tu corazón brota amorosamente la misma palabra del Salmista:
“Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.” Sal 27, 14.
Día sexto
María modelo de la fe
Esta prefigurada en la fe de Abraham, en la disponibilidad de Isaac y de Jacob, en la dulzura discreta de las mujeres bíblicas, hacendosas, delicadas, fieles a Dios y generosas para responder a la voluntad de Dios.
María es el arca de la alianza que lleva en su interior la palabra de Dios (Cfr. Ex. 25, 21-22), es como la nube que en el día acompañaba a Israel en su camino por el desierto y que en la noche era llamarada de luminoso esplendor para vencer a un tiempo el hielo de las noches del desierto y la oscuridad (Cfr. Ex. 13, 21).
María está prefigurada en el esplendor del templo de Jerusalén, casa de oro, torre de marfil en la que vive el Rey. Ella, místicamente está escondida en los velos de la esposa del Cantar de los Cantares, espléndida de hermosura.
Ella es la Madre Virgen del Emmanuel, ella la hija de Sion que se llena de alegría por la presencia del Mesías, ella la madre del Cordero inmolado por los hombres, la dulce señora que nos regala al Siervo doliente y glorioso que es Cristo, dolor y triunfo de la vida y de la paz.
Ella está presente en las esperanzas de Israel y finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos, es la Mujer que ve el bienaventurado Pablo cuando nos dice que Jesús nos nace de una Mujer, bajo la ley (Cfr. Gal 4,4) para recordarnos como en todo quiso Dios hacerse semejante a los hombres en el misterio de la Encarnación.
Fiel a esa ley divina que movía la historia del pueblo santo, María obedece, se entrega, hace la voluntad divina con la serena complacencia de las almas fieles. Ella conoce las promesas y ella misma es la primera en esperar con el pueblo santo al que pertenece, la llegada del Mesías. Ella, Madre de la esperanza, vio cumplidas en su vida las esperanzas del Pueblo de Dios.
Día séptimo
Madre de Cristo
En el Altar de la Cruz
“Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, María la Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al lado al discípulo predilecto dice a su Madre: —Mujer: Ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: — ahí tienes a tu Madre. Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa” (Jn. 19, 25-27).
No sólo desde este pasaje se entiende una maternidad espiritual de Nuestra Señora. Ya desde Caná hay una sombra amorosa que siente la necesidad de los hombres. Hay un ministerio de caridad, hay una Diaconía que se hace asistencia, hay una actitud que predispone la hora de Jesús y que crea ambiente de seguimiento. En la Cruz Jesús se ofrece pero también es maestro
El Sacerdocio de Cristo es también magisterio. Magisterio y discipulado están conectados por un hilo misterioso y sencillo que toca, necesariamente la fidelidad, la capacidad de seguimiento y la generosidad para ofrecer la vida al estilo de Cristo.
Y en la generación del perfecto discípulo y del verdadero sacerdote está la Madre. La Madre del Sumo Sacerdote, María, asume esa dimensión desde la encarnación. Su sí es ya prefiguración de la actitud humana que se hacer realidad al asumir la tutela espiritual de todo el que se llame en adelante discípulo de Cristo.
Día octavo
Reina del Cielo, alégrate.
La mañana de Pascua es la renovación de toda la Historia. El hombre ha caminado largos y dramáticos milenios para detenerse ante el Sepulcro Vacío del Señor, para asomarse con Pedro y el Discípulo, es decir con la Iglesia y con la humanidad, al lugar vacío del que ha brotado el esplendor del Resucitado.
La Iglesia lleva muchos siglos diciéndole a la reina del Cielo que se alegre porque el Redentor ha salido de las sombras de la muerte. Una meditación del misterio de la salvación hecha de la mano de María nos trae necesariamente al Sepulcro Vacío del Redentor.
El Testimonio de los discípulos, María Magdalena, las mujeres, los Apóstoles, los Once, es espléndido en su sencillez. Saber que su Maestro ha vencido la Muerte es saber que para cada hombre y para todos los hombres la esperanza tiene una razón de ser.
luego, tras contemplar la gloria del Resucitado, con María los discípulos aguardan el Espíritu Santo que grabará con buril de fuego en el corazón de los apóstoles las virtudes de María, la fidelidad, la persistencia en la fe, la constancia absoluta en la experiencia de Dios que marca la vida y que se constituye en envío misionero, en compromiso evangelizador, en tarea que nos apremia a ser testigos del amor de Dios en el mundo.
Reina y Madre: ayúdanos a hacer vida el Reino de tu Hijo y haz que reinemos con él eternamente. Amén.
Día noveno
Asunción
Gloria y Promesa, intercesión y esperanza.
La Virgen Llevada al Cielo es la Virgen de la Espera: “una madre no se cansa de esperar” dice el canto popular mariano, y en esa actitud está nuestra Señora cerca al trono de la Gloria, cerca del Dios que amo y sirvió.
La Asunción es privilegio y consecuencia. Privilegio porque es primicia. Después de Cristo es llevada a la Gloria, después de su Señor se le tienden desde la gloria los delicados lazos del amor filial que la rescatan de la muerte, que abren su sepulcro y que coronan con gloria la totalidad de la existencia.
La Asunción es consecuencia más que lógica de una vida de fidelidad. Desde su altísimo trono Dios reina sobre la Historia. Junto a la sede de la Justicia y de la Misericordia una abogada sencilla y humilde, ya prefigurada en la bíblica Esther, sigue suplicando, sigue mirando desde lo alto la vaciedad de nuestras tinajas, porque el vino de la alegría se ha secado en nuestros corazones. Sigue constatando, como en el Calvario, que para la sed del hombre sólo hay vinagre y que Ella, la Madre, asume como su tarea la constante intercesión por las necesidades de la Iglesia y del mundo.
La Virgen Glorificada es nuestra abogada. Porque sabemos que llegará el día en que Cristo, Rey de paz, vendrá con poder y gloria a Juzgar a los hombres y necesitaremos del oportuno consejo y de la intercesión de la dulce abogada que acompaña nuestra esperanza.